lunes, 21 de mayo de 2012

¿016?


Mientras caminaba por la calle, en un paso lento y poco decidido, noté cómo la húmeda niebla se apoderaba del lugar, haciendo de él uno sombrío y frío, más de lo que aún era. Las memorias del reciente pasado aparecieron como retazos de un sueño roto en mil pedazos cuyo fin fue fatal. Mis pies se arrastraban por el puntiagudo suelo de aquella lúgubre acera, implorando las luces poco visibles de las farolas, con lágrimas de dolor y pena. En mi mente volvió a aparecer aquellas terribles imágenes, aquel horroroso acabar de aquella preciosa ilusión que fue tristemente partida en dos. En dos, como fue partido mi corazón con ese batacazo. En dos, como fue partido mi labio con su poderoso puñetazo. Noté cómo el alma volvió a dividirse. Alma, si es que tenía, ya que mi cuerpo, semihumano, vagaba sin cesar por aquella ciudad olvidada. Pero, ¿cómo podía ser que la gente continuase su vida, ni se parara a preguntarme el porqué de mi brazo roto, de mi puñalada en el estómago, de mi ojo morado, de mi labio partido, de mi ropa ensangrentada? La verdad es que no sabía por qué me lo preguntaba, porque era sabedora de aquella respuesta.
Volví a recordar, y volví a llorar, sintiendo como si mi vida, lo que quedaba de ella, se convertía en frágiles papiros amarillentos que habían sido tirados al fuego de la chimenea, desperdiciados, por la simple codicia de un hombre orgulloso. Pero no le odiaba, no, simplemente le tenía envidia. Envidia de ser más fuerte. Envidia de su posición. Prefería estar en la cárcel que estar de camino a la muerte.
Volví a llorar, notando mi cuerpo cada vez más pesado, notando mis heridas cada vez más dolorosas, y mi agonía cada vez más larga. Noté como el pedacito de vida que agarraba en mi mano se me escapaba de entre los dedos. Hice un amago de cerrar el puño, pero mi fuerza escasa, casi inexistente, me impidió que moviera un ápice la posición de estos.
Volví a recordar aquel golpe que acabó con la vida que demasiada gente se había preocupado por salvar. La verdad es que no sabía que golpe me había llevado a esta situación con total exactitud, pero suponía que sería la puñalada en el estómago, más bien en la parte del diafragma.
 Y es que, mientras caminaba por la calle, en un paso lento y poco decidido, me volví a preguntar, por enésima vez en aquella catastrófica noche…
¿Porqué es tan difícil forjar una vida y tan fácil acabar con ella? 

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