lunes, 2 de julio de 2012

MGF.


Ella es la típica amiga que cuando lleva un tiempo sin verte, te saluda gritando, saltando y abrazándote fuerte, como si de una loca se tratase. La que desaparece por un tiempo y, cuando ya solamente veías el recuerdo, aparecía con tal fuerza de nuevo que deseabas verla al instante. Es de las que te hace sonreir día sí día también, que sólo necesita una mirada para pensar en todos los momentos junto a ella. Es la típica chica que es la alegría de la huerta, cabezota como nadie, enamoradiza a más no poder y soñadora como ninguna. La chica que, al cabo de insistir demasiado, a veces da su brazo a torcer, otras veces no, pero siempre hace lo que quiere. Su vitalidad es desbordante, llega a ser demasiada, pero nunca excesiva, porque lo que la gente necesita hoy en día es que alguna persona diferente la llene de sentimientos que ellos no alberguen. Ella es única en su especie, es de las mejores personas que haya sin duda, cuando dice que es tu amiga es por que lo es, y si lo dudas te lo demostrará con el tiempo.

Por todas estas cualidades que la definen, ha pasado a llamarse “La Loca”. Pero no, yo prefiero llamarla por su nombre. 
Ella es MARÍA GUTIÉRREZ FERNÁNDEZ.

miércoles, 20 de junio de 2012

Misceláneos.




Varios sentimientos en un mismo cuerpo. Hormonas, invadidas de deseos mentales: ganas de luchar y de rendirse a la vez, de persistir y de huir, de querer y ser querido, y de odiar y ser odiado. De decir un "Tierra, trágame" y que se haga realidad, o de decir "Voy a comerme el mundo" y desear poder quedarse lleno.
Varios sentimientos en un mismo cuerpo que no da más de sí, que no puede albergar tantas variaciones repentinas, un cuerpo al que le cuesta habituarse al nuevo estado físico al que se somete. Cambios por fuera y por dentro, de personalidad, de pasividad, de rebeldía. Cambios que todo el mundo ha sufrido, pero que parece ser que nadie recuerda.
Nadie nos hace caso, nadie nos quiere como nosotros queremos que nos quieran. Nadie es lo suficientemente bueno para ti o no eres lo suficientemente bueno para nadie. Eres feo y guapo a la vez, musculoso y gordo al mismo tiempo, demasiadas contradicciones en una misma edad, en un cuerpo lleno de variaciones. El nuestro es un cuerpo en el que, cualquier cosa que nos pase, puede ser la gota que colme el vaso.
Ganas de diversión, de relax, de tardes apasionadas, o por el contrario divertidas, independencia y libertad, pasividad y pasotismo. Somos caseros y callejeros, siempre queremos estar en la calle, aunque no perdemos una oportunidad para subir a casa. Algunos desarrollan doble personalidad, o simplemente se inventan alguna para sacar provecho de ti.
Vergüenza y miedo, querer divertirse y al instante siguiente sentir que estás haciendo el ridículo. Eres como un mago, nada por aquí, nada por allá, y de repente un sentimiento que creías enterrado durante un tiempo aflora y te bloquea.
Y así podría continuar una vida, explicando el increíble cambio que sufrimos a nuestra edad, pero tengo que estudiar, porque si no mis padres me castigan. Aunque en cierta parte, me da igual.
Los adolescentes son misceláneos de personas a las que quieren parecerse con un toque salado de quienes realmente son. Y, demasiadas veces, son excesivamente dulces.

lunes, 4 de junio de 2012

Personas, y sentimientos, y amor, y miedo.

¿Nunca habéis conocido a una persona que te inspire admiración, o que te inspire pasión, o locura, o alegría, u odio, o nerviosismo?
Hay muchísimas personas que nos inspiran sentimientos.
Algunas nos producen rechazo, nos agobian o simplemente nos estresan, hace que nos volvamos locos o que nos entre dolor de cabeza. Ese sentimiento de querer pegar a una persona, no porque te haya hecho algo malo, sino simplemente porque sientes que ese día está en el lugar inapropiado y en el momento inapropiado, ¿no habéis sentido eso? Sin embargo, pese a que has querido golpearla, empujarla, mandarla callar o cualquier reacción que sería de un registro borde, no lo habéis hecho.
Otras personas nos producen sentimientos afables, como si algo en nuestro interior se revolviese cuando compartimos buenos momentos con ellos. Como si el corazón se te encogiese porque notas que es la alegría el que ocupa su lugar, y el estómago desapareciera del vientre porque las carcajadas que te invaden lo presionan demasiado. O cuando te entran ganas de reír sin ton ni son, porque despiertan esas personas lo mejor de ti, cuando quieres abrazarlas sin parar, ¿no os ha invadido el cuerpo ninguna vez con ese sentimiento? Sin embargo, muchas veces, no los abrazamos, no les sonreímos, simplemente por no parecer pesados o ñoñas.
En cambio, otras personas, nos producen pasión. Amor. Esas ganas de mirarla y sentir que todo alrededor se nubla, que aun que alguien te esté llamado estés embobada viendo a esa persona que te fascina, que te ilumina, que te guía el camino, aun que muchas veces haya que sufrir en él. Cuando esas personas te corresponden, la vida te sonríe de forma extraordinaria; cuando no, siempre te conformas con haberla conocido. Sientes que estarías toda la vida abrazada a ella, que la besarías el cuello y acabarías en sus labios, que la mirarías a los ojos hasta desgastárselos y la susurrarías al oído tantos "te quiero" como estrellas haya en el cielo. Sin embargo, pese a querer llevarnos por esos sentimientos, hay veces que nunca llegamos a decirlas lo mucho que las queremos, o el vacío que dejarían en cada uno de nosotros si abandonaran nuestras vidas.

Las personas sentimos, odiamos, nos encariñamos, queremos, amamos, deseamos, añoramos, lloramos, reímos, disfrutamos, nos alegramos, abrazamos, susurramos, besamos, nos tocamos, dormimos, soñamos, compartimos sueños, escribimos, cantamos, sentimos, volvemos a querer, volvemos a desear, a añorar, a llorar, a reír, a disfrutar, a amar, volvemos a sentir... Y día tras día sentimos.

Sí, día tras día sentimos, y así, día tras día ocultamos nuestros sentimientos bajo un tupido velo, teniendo miedo al qué dirán. Pero siempre olvidamos que las personas que dirán esconden sus sentimientos de la misma manera, los ocultan por miedo a otros.

Y por último, las personas nos tememos.

martes, 22 de mayo de 2012

Hola. ¿Estás ahí?

Llamé a la puerta. Toc, toc, toc. Silencio al otro lado. Lo repetí: toc, toc, toc. Algo parecido a un gato maulló al otro lado de la puerta. Repetí de nuevo el proceso, esta vez con puñetazos. Nada. El silencio abrumador me martilleaba la cabeza, notaba como la sangre fluía por mis venas e hinchaba mis tímpanos. Por un momento dejé de escuchar las patadas que le estaba dando a la resquebrajada puerta de madera, y solamente oía mi espalda deslizándose por el dorso de ésta, y mis lágrimas suplicándole a "alguien" o a "algo" que parara de hacerme sufrir así, que se detuviera, que ya estaba bien. Encogí mis piernas desnudas y las plegué, posicionando mi cabeza entre ellas. Asi pasé como dos horas. El tiempo se detuvo, al igual que mi cerebro y mi cuerpo. Entré en un extraño estado de hibernación: dejé de llorar, los ojos me escocían pero al cabo del rato dejé de sentir ese desagradable picor, tenía los párpados cerrados como ventanas, tal vez intentando que la lluvia no entrara en mi casa, y que no tuviera que fregar el suelo del resto de sentimientos abandonados. Solamente mi corazón y mi respiración mantenían su curso.

Tic, tac, tic, tac, tic, tac. El reloj avanzaba, y yo mantenía su vaivén en mi cabeza. Me digné a mirarlo: eran las diez menos cuarto de la noche. Había oscurecido, él ya habría salido de su trabajo. Seguramente estuviera de fiesta ya, sin parar por casa; solía pasar en él, hacía cosas sin dar señales de vida, sin avisar a nadie. Para él cualquier signo de atadura era como un susto repentino en una película de terror: algo que sucedía de repente y que hacía que el resto de la película estuvieras alerta, expectante y esperando cualquier cosa. Claro, tener una novia para él era como si te apareciese de repente la niña del exorcista, estaba literalmente temblando de miedo solamente de pensar en la idea de enamorarse y de depender de una persona que no fuera él mismo. Pero, pensándolo bien, la culpa era mía, nunca debería haberme enamorado de él a sabiendas de que era lo peor para ambos, porque los dos sabíamos que esta relación no acabaría en buen puerto. Y allí me veía yo: sentada llorando en frente de la casa de un chico al que probablemente dejara aterrorizado en cuanto me viese, no solamente por el aspecto que tenía ese día, sino porque se le pasara por la cabeza la sola idea de que en un futuro acabásemos dependiendo el uno del otro. Sin embargo, no pensaba tirar la toalla. No quería. Todo el orgullo que me había tragado al venir a su casa lo estaba sacando en ese momento a la luz. El amor propio que tanto me había aterrorizado en mi pasado, aquel día era solamente una sombra que no se atrevió a correr por mi cerebro en un solo instante. Porque en ese momento todos los sentimientos me importaban lo mismo que a un niño de 10 años la política. Todos los sentimientos, excepto uno: el amor.

Din, don, din, don. Las campanas de la iglesia que se encontraba al lado del viejo apartamento del chico en la calle Borgo Stella marcaban que llevaba como unas cuatro horas allí, esperando. Había cabezeado como nueve veces, pero el frío suelo del pasillo me impedía conciliar bien el sueño. Estornudé. Me estaba poniendo mala. De repente, la puerta que se situaba en frente mía se abrió. Un chico de unos treinta años, un poco mayor que yo, se asomó en pijama.
-¿Que haces ahí? Vas a coger frío.
- Ya lo he cogido - me soné la nariz con la mano, después solté una sonrisa falsa.
- Pues ven, que estoy haciendo café. Seguro que te viene bien. No puedo dejarte ahi tirada.
- Debes ser el único... - dije entre dientes. No me oyó. La verdad es que tampoco quería que me oyese, había sido un pensamiento en alto sin importancia.

Pasé al interior de la casa. Vivía solo, era bombero y le habían echado ese mismo día del trabajo, nunca llegué a preguntarle por qué. Estaba en el mismo estado anímico que yo: de pena. Me preguntó por qué estaba tirada en frente de la casa de Leo, me dolió escuchar su nombre, y le contesté con un "Puf. Largo de explicar". Y no volvimos al tema, no preguntó siquiera.

Esa noche dormí en su cama, él en el sofá. A la noche siguiente también. Y así, poco a poco le fui conociendo, y me fui dando cuenta de la gran persona que había ante mí. Ya no me importaba Leo, él más bien nos miraba receloso cuando nos veía. Y así, poco a poco fui fundando una historia de amor junto a él.


Hoy en día, me sigo preguntando cómo pude sobrevivir tanto tiempo sin conocerle. 

lunes, 21 de mayo de 2012

Desesperación interior

 - Entrevista con el vampiro. Y me pregunto... ¿Qué te contestaría el vampiro si le preguntaras que se siente al ser un asesino, probablemente incomprendido, pero un asesino por necesidad? Siento compasión por ellos, porque estoy segura que en otra vida nunca habrían realizado esos crímenes, ni mucho menos esas atrocidades solamente por ser su fuente de energía, su necesidad más ferviente, su acción más importante del día y de su vida en general, vida eterna. Inmortales. Eso es otra cuestión. ¿Qué se sentirá? ¿Acaso volverás a percibir esas mariposas en la tripa que afloran cuando un nuevo día está a punto de comenzar? Y es que lo realmente bueno de la vida es justamente, el desconocer el futuro, el no saber qué va a pasar, la completa ignorancia del ser humano es lo que nos mantiene vivos, porque si no viviríamos atormentados con el día de nuestra muerte, o de la muerte de personas cercanas, o de catástrofes naturales. No habría amor, no habría esperanza, ni gloria o finales felices, solamente habría una vida repleta de muerte en vida. Es extraño, tal vez excede de lo filosófico, y es que cuando me pongo melodramática pasa esto y comienzo a escandalizarme y a alarmarme, a tensar mis músculos, porque ¿a qué humano en su sano juicio de la faz de la tierra no le atormenta la sola idea de que algún día su corazón se pare y no pueda llevar el ritmo de la vida latente de la naturaleza?

Apago el porro. Respiro hondo, todo lo que mis demacrados pulmones me dejan. Las hercúleas rastas que cuelgan de mi coleta son retiradas por mi mano hacia la espalda. Coloco el separador entre las hojas que acababa de terminar de leer, suspiro de nuevo, y otra vez, y empiezo a relatar para mi interior las palabras dichas, los suaves retazos que recuerdo de la escritura tan profunda anteriormente interiorizada. Me tumbo en el suelo, cierro los ojos, suspiro, y otra vez, abro los ojos, el Sol me ciega, me reincorporo y me enciendo otro porro. Seguía pensando, recordando, palabras sueltas que formaban un todo en la lectura: vampiro, asesino, sentir, futuro, amor, esperanza, alegría, gloria. Cojo aire; me costaba pensar tantas palabras con la maría atrofiándome el cerebro. Continúo. Pienso. ¿Qué más? Ah, sí, filosofía, melodramático, tensar, humano, juicio. Cada vez me cuesta más, la marihuana sigue entrando en mi cuerpo y mis ojos van cerrándose poco a poco, las imágenes borrándose, el Partenón que se coloca en frente mía y todos los turistas y sus cámaras y sus ruidos y sus idiomas y su estresante vida en general, se van desdibujando en un tenue suspiro. Pasan segundos que parecen minutos, minutos que parecen horas, latidos de corazón que parecen aleteos de pájaros, respiraciones interminables que parecen el vaivén de una mecedora. En mi cerebro empiezan a aparecer distintas palabras, con distintos colores, distintas fuentes y distintos tamaños, algunas me marcan, otras pasan de largo, algunas se repiten, otras se esfuman sin mirar a atrás, algunas parecen llorar tinta, otras ríen. Me empiezo a alterar, me estoy escandalizando, y alarmando, mis músculos se están tensando. ¿Como lo llamaban en el texto? Ah, sí, ponerse melodramático. Me estoy poniendo melodramática. ¿Melodramática, o dramática? ¿Había diferencia o significaban lo mismo? Espera, algo no va del todo bien, estaba dormida. Mi cerebro debería estar descansando; sin embargo, aquí está dando vueltas a una palabra que ni le va ni le viene. Maldito cerebro, ¿por qué demonios será tan curioso? Un momento, demonios, vampiros, entrevistas, preguntas, respuestas. Otra oleada de palabras. Ahí venían.
Dolor, esperanza, amor, gloria, muerte. Muerte. Vida.
Muerte. Vida.
Muerte. Vida.
Muerte. Vida.
Vida. Muerte.
Vida de muerte en vida.
Vida de muerte en vida.
Ayuda. Ayuda.
Ayuda. Ayuda. 
- ¡DIOS, CÁLLATE! - me levanto escandalizada, comienzo a respirar hondamente, a tensar mis músculos, a prepararme para correr en cualquier momento, y huir de aquella estresante situación. Frente a mí, el Partenón, ahora más vacío, con menos turistas, con menos estrés, con menos vidas destrozadas, con menos personas felices. Suspiro. Miro a mi mano: el porro se ha consumido. - A la mierda - me levanto, cojo mi mochila y empiezo a andar, dejando atrás aquel horrible sueño. También dejé ese estúpido libro. Leer y fumar no era una buena combinación. Bueno, debería estar feliz, todo ha sido un sueño. Pero no logro quitármelo de la cabeza.

Vida de muerte en vida.

¿016?


Mientras caminaba por la calle, en un paso lento y poco decidido, noté cómo la húmeda niebla se apoderaba del lugar, haciendo de él uno sombrío y frío, más de lo que aún era. Las memorias del reciente pasado aparecieron como retazos de un sueño roto en mil pedazos cuyo fin fue fatal. Mis pies se arrastraban por el puntiagudo suelo de aquella lúgubre acera, implorando las luces poco visibles de las farolas, con lágrimas de dolor y pena. En mi mente volvió a aparecer aquellas terribles imágenes, aquel horroroso acabar de aquella preciosa ilusión que fue tristemente partida en dos. En dos, como fue partido mi corazón con ese batacazo. En dos, como fue partido mi labio con su poderoso puñetazo. Noté cómo el alma volvió a dividirse. Alma, si es que tenía, ya que mi cuerpo, semihumano, vagaba sin cesar por aquella ciudad olvidada. Pero, ¿cómo podía ser que la gente continuase su vida, ni se parara a preguntarme el porqué de mi brazo roto, de mi puñalada en el estómago, de mi ojo morado, de mi labio partido, de mi ropa ensangrentada? La verdad es que no sabía por qué me lo preguntaba, porque era sabedora de aquella respuesta.
Volví a recordar, y volví a llorar, sintiendo como si mi vida, lo que quedaba de ella, se convertía en frágiles papiros amarillentos que habían sido tirados al fuego de la chimenea, desperdiciados, por la simple codicia de un hombre orgulloso. Pero no le odiaba, no, simplemente le tenía envidia. Envidia de ser más fuerte. Envidia de su posición. Prefería estar en la cárcel que estar de camino a la muerte.
Volví a llorar, notando mi cuerpo cada vez más pesado, notando mis heridas cada vez más dolorosas, y mi agonía cada vez más larga. Noté como el pedacito de vida que agarraba en mi mano se me escapaba de entre los dedos. Hice un amago de cerrar el puño, pero mi fuerza escasa, casi inexistente, me impidió que moviera un ápice la posición de estos.
Volví a recordar aquel golpe que acabó con la vida que demasiada gente se había preocupado por salvar. La verdad es que no sabía que golpe me había llevado a esta situación con total exactitud, pero suponía que sería la puñalada en el estómago, más bien en la parte del diafragma.
 Y es que, mientras caminaba por la calle, en un paso lento y poco decidido, me volví a preguntar, por enésima vez en aquella catastrófica noche…
¿Porqué es tan difícil forjar una vida y tan fácil acabar con ella?